Es muy fácil decirle a otro lo que debe hacer y cómo comportarse frente a una situación determinada. Pero que difícil cuando es a nosotros a los que nos toca vivirla.
Somos como avatares dormidos, caminamos, comemos, dormimos, pero como en un letargo de sensaciones y emociones que chocan entre sí. Nuestro mundo se ha puesto patas arriba, el suelo que era firme, de repente se convierte en una ciénaga que te va engullendo lentamente.
La orilla queda muy lejos, de vez en cuando vemos destellos de una suave luz que nos alienta a dar un pasito más, y muy despacito, otro, y otro más. Pero como pesan la pena y la desilusión, son como lastres que tiran de nosotros hacia el fondo, como si de pronto todas las penas y desdichas del mundo cargasen sobre nuestros hombros.
Amas el abrazo de la noche, en el te cobijas, y bajo su amparo, vuelves a ser tu. No tienes que fingir lo que no sientes. No tienes que reír cuando solo quieres llorar, no tienes que hablar cuando solo deseas gritar.
Sigues en ese mundo oscuro, poco definido, pasan tan lentos los segundos, los minutos, ese duermevela de sudores fríos, de pesares y de ausencias, de abrazos compartidos, de besos que a ratitos te derriten y otros te queman. El amanecer de un nuevo día, sabes de antemano, lo que te espera, te vistes con la máscara de la indiferencia, hay que seguir luchando, caminando, pasito a pasito, muy despacio, pero de nuevo en marcha, que la fila de acontecimientos, no se detenga, ahora lloras, otras veces sonríes.
Pero al final todo irá doliendo menos, recordarás con cariño, todo lo que has vivido, porque es tuyo y eso nadie lo toca, pero no escocerá tanto y afrontarás de nuevo la vida, con ganas, con añoranzas por lo que se quedó en el camino, si, pero con nuevas ilusiones y esperanzas.
Lmf