Tiempo para recordar, tiempo para llorar, tiempo para que cicatricen las heridas, o sencillamente para esconderlas y tratar de disimularlas, para que no duelan tanto.
Tiempo, mucho tiempo que no te veo y
que no puedo escuchar tu voz, horas, días, meses duros muy duros y así ha
pasado un año. Un inmenso año, repleto de vacios, de lágrimas amargas en las
que tratas de convencerte, que es mejor así, que tu calidad de vida dejaba
mucho que desear, que así no podías seguir, que tanto dolor y sufrimiento era
inhumano.
Que necesitabas descansar, y era
verdad, estabas agotado, pero duele tanto, es tan duro pensar y sentir que ya
no hay más, que se agotó la arena de tu reloj, que la puerta se cerró con
candados de plomo.
Y eso es lo que hay muchas veces en el
corazón, plomo, que pesa hasta hacerte caer y no dejarte levantar del suelo,
que aplasta el pecho y no deja entrar el aire. Que el cuerpo duele como si
alguien apretase tus huesos. Y es en esos momentos, cuando te gustaría poder
gritar y rabiar y patalear y….para que?...de qué sirve?
Hoy te escribo, porque es lo único
que ya puedo hacer por ti, dedicarte hasta la última línea de lo que los
sentimientos mandan, con ello te hago mi pequeño homenaje. Hoy quiero decirte
muy bajito o lo más alto posible, para que te llegue bien clarito, que te
quiero, que te he querido hasta doler, y que siempre va a ser así.
Vaya alto, muy alto mi cariño para ti