Me he metido en una piel que no es la
mía, pero sí que lleva unos cuantos pedacitos, surcos y arañazos de mi sangre.
En la piel de alguien triste, que ha
dejado de sonreír como lo hacía.
En unos ojos que han perdido el
brillo y la alegría, que se han teñido de oscuros surcos de tristeza, decepción
y desaires.
Calla y disfraza sus problemas,
aunque estos la van pellizcando el alma, y la van haciendo más vulnerable.
No quiere dejar de soñar, porque no
puede dejar de soñar con alguien.
LLama a las cosas por su nombre y
apellidos, pero a otras, prefiere no nombrarles.
Sus besos, ruidosos y sonoros, se han
transformado en leves caricias de aleteos olvidados.
Solía soñar despierta con mundos
maravillosos y prefiere caminar dormida para no tener que recordarles.
Pasea despacito por la vida, para no
hacer ruido, y evitar que se levanten los fantasmas tan temidos.
Se va para olvidar, porque los
recuerdos hacen daño, y no deja de rozarlos con los dedos de la mano.
Mi dulce piel, has dejado de mirar, y es hora de mirar
más por ti, porque quedarte es buscar, quedarte es morir.